Al día siguiente, María también tenía que ir a ver a su familia para celebrar su cumpleaños. Enrique Carrasco iba a volver tarde, así que María decidió ir sola.
El trayecto era largo, le llevó más de hora y media. De un extremo de la ciudad al otro: no era un camino corto. Incluso antes de casarse, María ya se había dado cuenta de que conoció a su futuro marido en el parque central, justo a mitad de camino entre sus casas. A Enrique pronto le cansó acompañarla hasta la puerta y luego volver a casa entre atascos, así que le propuso matrimonio. Ahora pasaba en autobús junto a aquel mismo parque y sonreía. Fue una buena época. Sin preocupaciones.
Vivir con los padres de la esposa no era una opción viable. Ellos mismos se apretujaban en un pequeño piso de dos habitaciones: madre, padre, Visitación y la hermana de María. Así que mudarse con el marido fue inevitable.
Ahora, al volver al piso donde había nacido y crecido, María sintió una punzada incómoda. Como si no regresara a casa, sino como visita. Su madre la recibió en la puerta con una sonrisa y extendió las manos para tomar lo que su hija debía haber traído.
— ¿Vienes con las manos vacías?
María se encogió de hombros:
— Ya te dije que me resultaba incómodo cargar con una tarta por toda la ciudad, y te mandé dinero para que comprarais algo.
— Ah, sí —dijo su madre como si acabara de recordarlo y forzó una sonrisa—. Entonces ve tú misma antes de quitarte el abrigo y compra un pastelito; tomamos algo con el té.
María parpadeó rápidamente varias veces. En lugar del esperado “Feliz cumpleaños, María. Pasa a la mesa…”
Ahora comprendía que sí la esperaban… pero no habían planeado preparar nada especial.
En el supermercado más cercano estuvo mucho rato frente a las estanterías de pastelería. No le apetecía volver atrás. Pero se armó de valor y comprando su tarta favorita volvió a casa.
— Es difícil cortarlo; es un “Napoleón”.
— Sí —confirmó María—, es mi tarta favorita.
— Lo sé, hija… pero ¿cómo se come esto?
Desde la habitación de su hermana llegaron voces. Mientras ella estaba fuera comprando algo dulce, al parecer habían llegado visitas para su hermana.
— Son amigas de Laura —se adelantó su madre antes incluso de que preguntara nada. Pero María ya había visto el montón de zapatos junto al mueble del recibidor.
— Podíais no haber invitado amigas… habríamos estado en familia.
— Y qué más da… tu cumpleaños ya pasó —respondió encogiéndose de hombros su madre.
— ¿Estás molesta o qué? —no pudo evitar preguntar María— He pasado este día como quería hacerlo; te envié dinero y vine hasta aquí. Total… vosotros os reunís tarde igualmente.
— No estamos molestos —intervino el padre cerrando la ventana en la cocina.
— Claro que no… nosotros también lo celebramos anteayer… Hoy solo eso: venga, vamos a tomar té… ¡Lauraaa! ¡Visitacióoon! —llamó entonces su madre a la hija menor y a Visitación.
