«¡Gracias!» — exclamó María mientras abrazaba a Asunción con alegría desbordante

La generosidad inesperada puede cambiarlo todo.
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— Esto es para ti, María — dijo Asunción con calidez, alargando una pequeña cajita y regalándole una sonrisa suave.

El regalo era modesto: una cajita envuelta en papel brillante de color rojo. A primera vista, uno podría pensar que dentro había un libro o una pequeña libreta con tapa blanda, pero la caja era ligera como una pluma.

María se acordó del regalo solo al día siguiente, cuando su marido y Asunción se fueron a trabajar. No esperaba nada costoso de su suegra — ella siempre andaba justa de dinero. A María incluso le parecía sorprendente cómo Enrique, su marido, había crecido con un respeto tan marcado por el dinero. Era ahorrador, incluso un poco tacaño, lo que contrastaba mucho con los hábitos de su madre.

La joven pareja llevaba ya tres años viviendo con Asunción. En ese tiempo, María se había acostumbrado a su carácter y sus opiniones; había aprendido a tomarlas con filosofía. Las relaciones en casa eran tranquilas: nadie se metía en los asuntos del otro y esa dinámica les venía bien a todos. Tres años juntos habían hecho que la convivencia fuera bastante llevadera.

Enrique ahorraba con empeño para reunir la entrada del piso y trabajaba mucho. María, que estaba en el último curso de la universidad, también intentaba buscar trabajos esporádicos. No tenían dinero para grandes celebraciones, así que decidió festejar su cumpleaños de forma sencilla: por la tarde vería a sus amigas y por la noche cenaría en familia.

Sus amigas le regalaron pequeños detalles encantadores — objetos decorativos, una bufanda, accesorios para el hogar. Su marido, tal como habían acordado previamente, le renovó el móvil. Pero el regalo de Asunción seguía sin abrirse. María lo tomó entre las manos pero, al recordar unos asuntos urgentes pendientes, volvió a dejar la caja en la estantería.

Por la noche durante la cena, Asunción lanzaba miradas extrañas a María; no paraba de hacer ruido con los platos hasta que finalmente rompió el silencio:

— Bueno… ¿y qué tal mi regalo, María?

— Ay… Asunción… Con todo este lío me olvidé completamente… Menos mal que me lo ha recordado. Termino con los platos y lo miro.

Asunción asintió y miró a su hijo, que observaba pensativo una croqueta en el plato.

— Enrique… ¿y cómo vais con el capital inicial para el piso?

— No muy bien, mamá… Hemos reunido un poco más de la mitad. No debimos comprar coche con el dinero de la boda… Ha dado muchos gastos… Seguramente lo venda.

— Ya veo — dijo ella mientras dejaba el plato en el fregadero; entendió que era mejor no insistir ahora con sus preguntas.

A Enrique no le iba bien en su nuevo trabajo y estaba muy preocupado por ello. María también andaba pensativa últimamente. Su madre llamaba cada vez más seguido pidiéndole ayuda o algo de dinero prestado.

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